El
insigne educador francés León Hipólito Denizard Rivail, reconocido en el medio
espírita con el pseudónimo de Allan Kardec, auscultando el pensamiento divino,
preguntó al Espíritu de la Verdad acerca de si puede ser eterno el sufrimiento
de los Espíritus, a lo que respondieron que Dios “los creó únicamente sencillos
e ignorantes, y todos deben progresar en un tiempo más o menos largo, según su
voluntad”. Agregando además que, “esta voluntad puede ser más o menos tardía,
como hay niños más o menos precoces, pero tarde o temprano se despierta por la
irresistible necesidad que experimenta el Espíritu de salir de su inferioridad
y de ser feliz”[1].
En
concordancia con lo anteriormente citado, la historia de la Humanidad es un
compendio de hechos que demuestran ese tránsito del hombre en la búsqueda de la
perfección, pasando por fases eminentemente primitivas, donde su comportamiento
colinda con la animalidad aún yacente en él; de acuerdo a la enseñanza de los
Espíritus, en el mensaje de la autoría de Lázaro acerca de la Ley de Amor
enseña que “inicialmente el hombre sólo tiene instintos; más avanzado y
corrompido, sólo tiene sensaciones; más instruido y purificado, tiene
sentimientos”[2], nos atreveríamos a afirmar que la Humanidad encarnada en la
Tierra en este momento transita por los sentimientos, anhelando comprometerse
cada vez más con la sublimación del amor. Aunque son muchos los Espíritus que han
encarnado en completa sintonía con el amor, dándonos ejemplo de entrega y
abnegación por los demás, aún somos muchos los que nos movemos entre la
primitividad de los instintos y las compensaciones afectivas derivadas del
ejercicio de los sentimientos.
Pero,
¿Qué es lo que realmente impide al hombre dar pasos firmes y seguros en su
largo devenir hacia la perfección? ¿Qué lo imposibilita a ser más expresivo en
sus sentimientos hacia los demás, prefiriendo muchos veces obnubilar sus
sentidos, embriagándose en el cáliz amargo del orgullo que envilece? ¿Cómo
identificar nuestras inferioridades morales, sin caer en las justificaciones
válidas para nosotros, más inválidas para los demás? Apoyándonos en conceptos
expresados por vía mediúmnica a través de diversos espíritus, intentaremos
encontrar respuestas a estos interrogantes.
Sin
lugar a dudas, nuestro tránsito por las pasiones primitivas representan los
obstáculos que algunos cargamos por largas temporadas, olvidándonos que
transformando nuestros impulsos inferiores pasamos a manejar con mayor
equilibrio nuestras emociones y de esa manera asumimos mayor seguridad para
enfrentar el orgullo que a fin de cuentas es la balanza que nos permite medir
nuestra permanencia en la infancia psicológica. No en vano Jesús de Nazaret se preocupó
en develarnos con sus enseñanzas, el futuro cierto de aquel que reconociéndose
inferior trabaja denodadamente por superar sus imperfecciones morales, de ahí
la sublimidad de su enseñanza: “Porque el que a sí mismo se enaltece será
humillado, y el que se humilla será enaltecido”[3].
La
propuesta espírita de la Reforma Íntima revalúa nuestros viejos paradigmas
asociados con los prejuicios religiosos, acercándonos más a la concepción
griega del “Conócete a ti Mismo” como muy sensatamente nos recomienda San
Agustín en la pregunta 919 del Libro de los Espíritus. Su aplicación nos lleva
a comprender, acudiendo a la razón, que la primitividad de los instintos
asociados a nuestros actos, forman parte del proceso evolutivo natural a través
del cual el ser burila sus instintos, sensaciones, emociones y sentimientos, en
la búsqueda del amor real, objetivo fundamental de quien adopta los principios
espíritas.
Somos
fruto del amor de Dios, poseemos la esencia divina en lo íntimo de nuestro ser
y es nuestro deber perseverar en nuestra mejora íntima, entendiendo que la
felicidad y la paz interior solo se alcanzan cuando nuestra conciencia, en
armonía con el amor de Dios, reconoce en el prójimo al hermano que debe amar
como así mismo. Conforme a la enseñanza
de Emmanuel en su obra “Siembra de los Médiums”: “El Universo está gobernado
por leyes infalibles. Dad que se os dará, enseñó Jesús. Por lo tanto, solamente
somos poseedores de lo que damos. Si aspiras a recibir la simpatía y la
abnegación del prójimo comienza a distribuir simpatía y abnegación”.
Y
continúa Emmanuel esclareciendo: “La asimilación de la Doctrina Espírita nos
ilustra en cuanto a que es una locura reclamar la santificación compulsiva,
mientras que es deber elemental de nuestra parte producir la propia
transformación en el sentido del bien, a fin de que seamos para los otros, ya
mismo, lo que deseamos que ellos sean para nosotros en el día de mañana”.
Inteligencia
y discernimiento son dos herramientas valiosas que Dios ofrece al ser para
utilizarlas en sus necesidades evolutivas, llevándolo a identificar la esencia
de la vida a través de ideales existenciales que significan para él inmensas
posibilidades de alcanzar la plenitud y la felicidad tanto tiempo añorados. No
retrasemos el deber impostergable del amor, pues “el amor debe ser siempre el
punto de partida de todas las aspiraciones y la etapa final de todos los
anhelos humanos”[4].
Oscar
Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco
de Asís
Santa
Marta – Colombia
Febrero
de 2014
[1]Pregunta 1.006 de El
Libro de los Espíritus. Editora Mensaje Fraternal.
[2] El Evangelio según el
Espiritismo, La Ley de Amor (Lázaro, París, 1.862), Editora Mensaje Fraternal.
[3] Mateo 23:12.
[4] Amor, invencible amor,
Cap. 1. Juana de Angelis/Divaldo Franco. Ediciones Juana de Angelis, Buenos
Aires, 1999.